Síganme los buenos….
El legado de Chespirito.
El lenguaje crea realidades, eso dicen los expertos. Y no dejan de tener razón. Cuando hablamos, hacemos referencia a las cosas que nos importan, a las cosas que nos conmueven y las que nos molestan. La palabra tiene el valor de una caricia y el dolor de una cachetada. A través de este universo oral vamos generando los caminos que nos conducen por la vida.
Chespirito fue un mago de las palabras. Inundó nuestra infancia y la de nuestros hijos con sus clásicas expresiones y lo seguirá haciendo a través del inconmensurable paso del tiempo. Sus personajes nos heredaron frases que circundan nuestro inconsciente colectivo. Los hispanohablantes bien sabemos de eso. El Chapulín Colorado jugaba con su inocencia dándonos lecciones sabias: “Síganme los buenos” retumba como un llamado urgente de atención para este mundo tan convulsionado. Esa premisa dicha al tenor de la comedia encierra la necesidad de instalar en las mentes y en los corazones de todos el deseo del bien, el de salvar a los desvalidos, de dar consuelo al que sufre, de dar aliento al que cae, de sonreírle al mundo.
“Es que no me tienen paciencia”, decía El chavo del 8” cuando una travesura no era del agrado de los adultos. Esa paciencia, que parece tan mezquina entre los que corremos en busca del exitismo fácil y nos ahogamos en la frenética lucha por el dinero; es otro sutil y recurrente llamado de atención. Darnos tiempo, tener la paciencia suficiente para escuchar, para acompañar, para entender y para ver el lado bueno de las cosas es otro de los legados de Chespirito.
La palabra bien puesta es un lujo que solo los genios pueden darse. Y Chespirito lo era. El discurso repetido de capítulo tras capítulo no cansaba. Era casi esperado como un sello indeleble de los diálogos: “Que no panda el cúnico” era la frase tranquilizadora del Chapulín; “Don Ramón” tenia que ser El chavo del ocho; el cliché de la seducción entre doña Florinda y El profesor Jirafales, ese, el de “la tacita de café” se instala como uno de los más recurridos; incluso recuerdo a mi madre, repetirlo al son de los personajes cada vez que aparecía la escena. Doña Florinda siempre, luego de la cachetada, sacaba a la abuela de don Ramón al ruedo y todos esperábamos la inocente pregunta del Chavo, sobre tal o cual tema de la mentada abuela, y la respuesta ingeniosa que remataba. El siempre golpeado flaco de la camiseta negra, aludiendo que su abuela algún mérito tenía sobre el asunto. Esos diálogos de oro parecieran, por sus siempre repetidas ocurrencias, estar ajenos de creatividad; sin embargo ese y no otro era su mérito.
Sin pretender hacer un análisis lingüístico de los aportes de Chespirito, señalaremos que su pluma inundó los rincones de nuestra América. Crecimos con sus frases y las incluimos en nuestros repertorios personales seguros de que nos entenderían, pues pasó a ser una herencia colectiva.
Es innegable que todos los latinos llevamos un pedazo de Chespirito en nuestras vidas; se instaló en nuestro lenguaje como un mandato, el de hacer realidad ese discurso simple, pero colmado de sabiduría. Es nuestro llamado como seguidores de este genio de dar vida al “síganme los buenos” del Chapulín, a “Tener más paciencia”, como nos reclama El Chavo en cada capítulo, que dicho sea en justicia, no nos cansamos ver una y otra vez, tener paciencia con los que nos rodean, a tolerar más el error, a ser solidarios con el que sin intención puede hacernos sentir mal.
En fin, hablar como Chespirito, de manera simple y repetida tal vez sea la solución en parte a este mundo incomunicado y deshumanizado. De tanto repetir las buenas intenciones, tal vez se instalen definitivamente en nuestro actuar cotidiano y logremos, en honor al genio, de hacer de este mundo un lugar mejor, como el siempre lo deseó.
Lepillan